sábado, 30 de abril de 2011

Por la dignidad del trabajo

Comunicado ante el primero de mayo de 2011
MUJERES TRABAJADORAS CRISTIANAS (MTC), HERMANDAD OBRERA DE ACCIÓN CATÓLICA (HOAC), JUVENTUD OBRERA CRISTIANA (JOC). ESPAÑA.

ECLESALIA, 29/04/11.- Los movimientos especializados de Acción Católica para la evangelización del Mundo Obrero: JOC (Juventud Obrera Cristiana), MTC (Mujeres Trabajadoras Cristianas) y HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), en esta celebración del Día Internacional del Trabajo, queremos estar cercanos a las alegrías y a las angustias de los trabajadores y trabajadoras y sus familias, especialmente de quienes sufren el paro o soportan unas condiciones de trabajo que imposibilitan una vida digna.
En este año queremos seguir llamando la atención sobre la crisis económica del sistema financiero que estamos padeciendo. Una crisis que también es moral, ética. Un escenario altamente corrosivo para el digno desarrollo de la vida de más de cuatro millones de personas en nuestro país que no tienen trabajo. En el 4º trimestre de 2010, teníamos más de 1.300.000 hogares con todos sus componentes en paro. Mientras tanto, entre enero de 2008 y junio de 2010, los bancos dejaron sin vivienda a más de 200.000 familias. Las estadísticas nos hablan que las medidas establecidas en la reforma laboral dictada por el gobierno, no han dado los resultados que se plantearon, sino que han supuesto un paso más en la vulnerabilidad que sufren las mujeres y los hombres del trabajo, especialmente los más empobrecidos.

También vemos con preocupación la reforma del sistema de pensiones, que va en la línea de alargar la edad de jubilación, y no favorece la creación de empleo para los más jóvenes, cuyo índice de paro supera el 40 % ¿Cómo alcanzarán las actuales generaciones de jóvenes los años de cotización?.
Cuando está a punto de cumplirse el 30º aniversario de la publicación de la Encíclica Laborem Exercens y celebramos la beatificación de Juan Pablo II, autor de dicha encíclica, queremos proclamar la plena vigencia de su apuesta por la dignidad del trabajador; de la obligada subordinación de la economía al desarrollo de la persona; y del respeto innegociable por toda persona, imagen de Dios, en cualquier escenario socio-económico que se pueda dar. Porque la Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres».

Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia.(Laborem exercens, 10).
Celebremos el 1º de mayo de 2011 y hagámoslo denunciando a los culpables de la crisis y de la pérdida de trabajo; a los que echan cargas pesadas sobre los más pobres; a los que hacen que muchas personas vivan con angustia, sin seguridad… Pero también anunciando que hay esperanza si somos capaces de organizar y orientar el trabajo productivo para que colabore en la humanización de las personas, ya que el trabajo, por su tenencia o su ausencia, sigue siendo la clave de la cuestión social.

viernes, 29 de abril de 2011

El pueblo lo proclama "SAN ROMERO DE AMÉRICA LATINA"

Mons. Oscar Amulfo Romero fue asesinado, mientras celebraba la Misa, en San Salvador, el 24 de marzo de 1980. Creo que Pedro Casaldáliga tiene plena razón al decir que "El pueblo, amado, buscado, asumido pastoralmente, en sus angustias y en sus reivindicaciones, lo hizo santo. Y santo lo viene declarando desde su muerte-martirio y como santo lo venera sobre todo en la catedral-catacumba de San Salvador. El verdadero proceso de canonización del buen pastor Romero ha de ser el proceso de la asimilación de sus causas y actitudes".
Nunca mejor dicho: aparece aquí lo que fue procedimiento normal en el primer milenio de la Iglesia: el pueblo proclamaba santo a quienes consideraba modelos. Es en el año 993 cuando se da el primer santo canonizado por el Papa. Y en el siglo XII, Alejandro XII prohíbe la designación de santos "sin la autoridad de la Iglesia Romana".
Esto hizo que, a partir de entonces, fueran considerados santos gente de la clase alta y media, que se habían distinguido por sus "servicios" a la Iglesia. Examinando el santoral católico, encontramos que el 78 % de los santos y beatos han pertenecido a la clase alta , el 17 % a la clase media y sólo el 5 % a la clase baja. ¿Significa esto algo?. A primera vista, sí, que los motivos por los que determinadas personas subían a los altares y las virtudes por las que eran declaradas santos, no eran precisamente las que adornaban a Mons. Romero decidido radicalmente a favor de los pobres, incluso hasta el martirio. Yo tuve la suerte de conocer a este obispo en San Salvador, el 28 de agosto de 1978, en la misa que las ocho de la mañana celebraba para el pueblo. Este le escuchaba y, de vez en cuando, le interrumpía con aplausos. Hora y cuarto le duró la homilía.

Pude verle y hablar con él en Madrid, dos meses antes de ser asesinado. Ya para entonces Mons. Romero había sido propuesto por 118 parlamentarios ingleses para el Premio Nobel de la Paz. Y la Universidad Georgetown de Washington y la Universidad católica de Lovaina le habían otorgado el Doctorado Honoris Causa.
Venía de Roma, muy triste. Había solicitado, un mes antes de llegar a Roma, entrevistarse con el Papa. Al no obtener respuesta, decidió viajar y, allí, aguardar a que le llamaran del Vaticano. Pasaron dos semanas y la llamada no llegaba. Entonces, para no regresar sin ver al Papa, optó por ir a la audiencia general del miércoles, al frente de un grupo de lationoamericanos. El Papa fue dando la vuelta a la gran sala y, al llegar a donde estaba

Mons. Romero, le dijo:
- "¿Y Vd.?"
- "Soy, respondió Romero, el Arzobispo de El Salvador"
- "Pero, cómo, continuó el Papa, tenemos que vemos."
"Entonces, entendí, me dijo Mons. Romero, que el Papa no estaba informado y que le habían sustraído mi petición".
Al día siguiente, le recibió el Papa. Pero, ya sobre su mesa, y antes de que Mons. Romero le entregara un grueso informe, el Papa tenía otro con valoraciones negativas. Ya lo dijo poéticamente Casaldáliga: "Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de Báculo y de Mesa. (Las curias no podían entenderte, ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo...)."
Mons. Romero, como todo profeta, supo encarnarse en el pueblo: tuvo ojos para ver, oídos para escuchar y corazón para sentir.
Vio que el pueblo salvadoreño era en un 60 % campesino, que un 40 % era analfabeto, que un 80 % no tenía en sus champas agua ni servicios higiénicos y que más del 92 % carecía de energía eléctrica. Vio que una minoría rica poseía más del 75 % de la tierra.
Oscar Romero escuchó a su pueblo, le oyó reclamar justicia. Un grupo de 2.000 familias se oponía a todo cambio y mejora y persistía en mantener al pueblo resignado y esclavo. Y, al servicio de esas familias, había un gobierno, no elegido por el pueblo, y un ejército extrañamente reclutado y diabólicamente entrenado. Según datos bien contabilizados, en treinta meses (de enero del 81 a junio del 82) fueron asesinados 22.783 ciudadanos, de los cuales un 53 % eran campesinos, obreros, empleados y estudiantes.
Mons. Romero tuvo corazón y supo compadecer. Llegado a El Salvador con ideas moderadas y hasta con la determinación de acabar con las comunidades cristianas de base, hubo de sentir y compartir el llanto de su pueblo. Y, en medio de ese llanto, dijo: "Los pobres me han enseñado a leer el Evangelio". Y se convirtió. Y devino profeta. Y el profeta nunca es neutro.
Mons. Romero no inventa la pobreza de su pueblo, ni el egoísmo y la avaricia de los grandes, no inventa el despliegue represivo del Ejército, ni la omnipresencia decisiva del Gobierno de Estados Unidos. En febrero del 80 escribe al presidente Cárter para que no preste ayuda ni intervenga en los destinos de su país.
Mons. Romero está con todos, pero de una y otra manera. Está con los ricos para combatir su riqueza y exigirles que dejen de oprimir; está con los pobres para que mantengan su dignidad y exijan sus derechos. Pide a los ricos que se despojen de su egoísmo y avaricia, que no alimenten el desespero del pueblo, que compartan los bienes, que cambien sus corazones de piedra en corazones humanos, que dejen de ensangrentar El Salvador con su violencia.
Pero los ricos, por muy cristianos que "sean", no se convierten. Y comienzan a calumniarlo acusándolo de comunista, subversivo, politizado, divididor de la Iglesia. Otros, los prudentes, los equidistantes, le consideran imprudente y equivocado.
Desde altas instancias se trabajó para que dejara su cargo de Arzobispo y para que no asistiera a la reunión de los obispos latinoamericanos de Puebla. Me consta –de fuente absolutamente fidedigna- que incluso se llegó a pedir a su médico personal que lo declarara loco para alejarlo de la diócesis.
A los hombres del ejército les pide que no obedezcan una orden de matar:
"Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!".
Estas palabras, transmitidas por la emisora ISAX del Arzobispado, fueron las últimas que oyeron miles y aun millones de oyentes de toda América Latina. Con ellas había firmado su sentencia de muerte.
Diez años más tarde, sus grandes amigos Ignacio Ellacuría y otros jesuitas, después de haber echado su suerte también con los pobres, se encontraron con el mismo dilema. El coronel Guillermo Alfredo Benavides, en vísperas del asesinato, dijo: "Ellos o nosotros". Y el 15 de Noviembre del 89, el alto mando militar tuvo una reunión para tratar los asuntos militares del día. Al concluir la reunión:: "todos ellos se tomaron de la mano e invocaron a Dios ".
Con razón al día siguiente de la matanza, en Tailandia, un paisano le preguntaba a Jon Sobrino: "¿Y en El Salvador hay que católcos que matan a los sacerdotes?".
Una vez más se cumplían aquellas palabras: "Os matarán y creerán que hacen un obsequio a Dios". "Por vuestra causa es blasfemado el nombre de Dios en las naciones".
Amenazado de muerte, Mons. Romero rechazó toda escolta y protección: "Yo tengo que arriesgarme como cualquier otro ciudadano de mi pueblo en la lucha por la libertad” y entreviendo lo que le esperaba, dijo: "Un obispo morirá, pero la Iglesia, que es el pueblo, no perecerá jamás".
Mons. Romero, sin ser alzado por los caminos oficiales a la gloria de Bernini, será este 1 de mayo, aclamado por el pueblo de Dios como Santo.  A él le consumió el Reino de Dios, que él anunciaba como preferente para los más pobres y necesitados. A él le consumía la dignidad y derechos maltratados de los pobres y por ellos luchó, trabajó y vivió. Fue hermano, amigo, abogado, padre y padrino suyo. Y, por eso , los poderosos lo odiaron y mataron. Su palabra, su denuncia, su testimonio y su coherencia estuvieron en consonancia con la vida de Jesús. Y, como a él, lo eliminaron. Fue testigo de la verdad, voz de los sin voz, esperanza para los oprimidos y excluidos, bienaventurado por causa de la justicia y mártir por desobedecer al dios Capital

Benjamín Forcano

miércoles, 27 de abril de 2011

Nuevo inicio

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net  San Sebastián (GUIPUZCOA).
Juan 20, 19-31

ECLESALIA, 27/04/11.- Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?.
Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?.
El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.
Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.
No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

miércoles, 20 de abril de 2011

Jesús tenía razón

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
San Sebastián (GUIPUZCOA).
Juan 20, 1-9  ECLESALIA, 20/04/11.-
¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús?. ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos?. ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?.
Jesús resucitado, tenías razón. Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando "Padre" con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier norma o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y el odio. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante, escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu Evangelio, la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu Evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu Cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

viernes, 15 de abril de 2011

Escándalo y locura

Domingo de Ramos
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
San Sebastián (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 13/04/11.-  Mateo 26, 14-27

Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios?. Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante.
Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.

Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el "amor loco" de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.

lunes, 11 de abril de 2011

Premio Nóbel de Ecología

Pocos lo saben, pero existe un premio tipo "Nobel" de Ecología.  Este año lo ha ganado Jesús León Santos, de 42 años, un campesino indígena mexicano que ha estado realizando, en los últimos 25 años, un excepcional trabajo de reforestación en su región de Oaxaca, México.
El nombre de la recompensa es "Premio Ambiental Goldman"  (
www.goldmanprize.org/theprize/about_espanol <http://www.goldmanprize.org/theprize/about_espanol> ).
Fue creado en 1990 por dos generosos filántropos y activistas cívicos estadounidenses Richard N. Goldman y su esposa Rhoda H. Goldman. Consta de una dotación de 150.000 USD ($2,154,000 M.N.) y se entrega cada año, en el mes de abril, en la ciudad de San Francisco, California (Estados Unidos).
Hasta ahora ha sido otorgado a defensores del medioambiente de 72 países. En 1991, lo ganó la africana Wangari Maathai, quien luego obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2004. 

A Jesús León Santos se lo han dado porque, cuando tenía 18 años, decidió cambiar el paisaje donde vivía en la Mixteca alta, la "tierra del sol".
Aquello parecía un panorama lunar: campos yermos y polvorientos, desprovistos de arboleda, sin agua y sin frutos. Había que recorrer grandes distancias en busca de agua y de leña. Casi todos los jóvenes emigraban para nunca regresar, huyendo de semejantes páramos y de esa vida tan dura. Con otros comuneros del lugar, Jesús León se fijó el objetivo de reverdecer los campos. Y decidió recurrir a unas técnicas agrícolas precolombinas que le enseñaron unos indígenas guatemaltecos para convertir tierras áridas en zonas de cultivo y arboladas. 

¿Cómo llevar el proyecto a cabo? Haciendo revivir una herramienta indígena también olvidada: El tequio, el trabajo comunitario no remunerado. Reunió a unas 400 familias de 12 municipios, creó el Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca (Cedicam), y juntos, con recursos económicos limitadísimos, se lanzaron en la gran batalla contra la principal culpable del deterioro: la erosión.
En esa región Mixteca existen más de 50.000 hectáreas que han perdido unos cinco metros de altura de suelo desde el siglo XVI. La cría intensiva de cabras, el sobre pastoreo y la industria de producción de cal que estableció La Colonia deterioraron la zona. El uso del arado de hierro y la tala Intensiva de árboles para la construcción de los imponentes templos Dominicos contribuyeron definitivamente a la desertificación.
Jesús León y sus amigos impulsaron un programa de reforestación. A pico y pala cavaron zanjas-trincheras para retener el agua de las escasas lluvias, sembraron árboles en pequeños viveros, trajeron abono y plantaron barreras vivas para impedir la huida de la tierra fértil.

Todo eso favoreció la recarga del acuífero. Luego, en un esfuerzo titánico, plantaron alrededor de cuatro millones de árboles de especies nativas, Aclimatadas al calor y sobrias en la absorción de agua.
Después se fijaron la meta de conseguir, para las comunidades indígenas y campesinas, la soberanía alimentaria.
Desarrollaron un sistema de agricultura sostenible y orgánica, sin uso de pesticidas, gracias al rescate y conservación de las semillas nativas del maíz, cereal originario de esta región.
Sembrando sobre todo una variedad muy propia de la zona, el cajete, que es de las más resistentes a la sequía.
Se planta entre febrero y marzo, que es allí la época más seca del año, con muy poca humedad en el suelo, pero cuando llegan las lluvias crece rápidamente.

Al cabo de un cuarto de siglo, el milagro se ha producido.
Hoy la Mixteca alta esta restaurada. Ha vuelto a reverdecer. Han surgido manantiales con más agua. Hay árboles y alimentos. Y la gente ya no emigra.

Actualmente, Jesús León y sus amigos luchan contra los transgénicos, y siembran unos 200.000 árboles anuales.
Cada día hacen retroceder la línea de la desertificación.
Con la madera de los árboles se ha podido rescatar una actividad artesanal que estaba desapareciendo: la elaboración, en talleres familiares, de yugos de madera y utensilios de uso corriente.

Además, se han enterrado en lugares estratégicos cisternas de ferrocemento, de más de 10.000 litros de capacidad, que también recogen el agua de lluvia para el riego de invernaderos familiares orgánicos.
El ejemplo de Jesús León es ahora imitado por varias comunidades vecinas, que también han creado viveros comunitarios y organizan temporalmente plantaciones masivas.
En un mundo donde las noticias, con frecuencia, son negativas y deprimentes, esta historia ejemplar ha pasado desapercibida.

LOS  NOTICIEROS NO INFORMAN TODO LO QUE DEBEN, naturalmente, de hecho lo que hacen es: dar a conocer sólo lo que interesa que se sepa y en la forma en que quieren que sea interpretado manipulando a su conveniencia esa información (callando, obviamente, todo lo demás; buenas noticias como esto... no interesa, naturalmente, porque deja en entredicho completamente el falso mensaje de que "todo es un desastre y por más que nos empeñemos todo será inútil". Falso, rotundamente FALSO).
Pero esta persona y la comunidad que ha hecho piña con él demuestran juntos que "otro mundo es posible si nos comprometemos con él; no importa lo que digan las ideologías (sean del color que sea), no importa lo que el sistema y sus informativos quieran contar o tergiversar: queda siempre nuestra libertad de acción y decisión.
¿Podríamos transladar esto a cada uno de nuestros ambientes?. ¿Qué observamos en nuestro entorno?, ¿nos gusta?, ¿es realmente humanizador eso que conocemos?, ¿qué podríamos hacer?.

viernes, 8 de abril de 2011

Nuestra esperanza

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net San Sebastián (GUIPUZCOA).
Juan 11, 1-45 ECLESALIA, 06/04/11.-

El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá... ¿Crees esto?».
Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.
La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?.
Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.
Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como "una sociedad de incertidumbre" (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?.
Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida?. ¿Qué es la muerte?. ¿Cómo hay que vivir?. ¿Cómo hay que morir?. Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿Crees esto?».
A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.