miércoles, 30 de abril de 2014

Acoger la fuerza del Evangelio

3 Pascua (A) Lucas 24, 13-35
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA30/04/14.- Dos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?.
Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.
Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”.
Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.
Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco, se les ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.
Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.
¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús?. ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?.
Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio.

miércoles, 23 de abril de 2014

Jesús salvará a la Iglesia

2 Pascua (A) Juan 20, 19-31
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA23/04/14.- Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora?. ¿Qué podrán hacer sin él?. “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Sólo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.
Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

sábado, 19 de abril de 2014

Volver a Galilea

Pascua de Resurrección (A) Mateo 28, 1- 10
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA16/04/14.- Los evangelios han recogido el recuerdo de tres mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Lo siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez escondidos.
El mensaje, que escuchan al llegar, es de una importancia excepcional. El evangelio más antiguo dice así: ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no lo hemos de buscar en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, o en una fe apagada, que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado?. ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación?. ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?.
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de “resucitar” nuestra fe.
A orillas del lago de Galilea, empezó Jesús a llamar a sus primeros seguidores para enseñarles a vivir con su estilo de vida, y a colaborar con él en la gran tarea de hacer la vida más humana. Hoy Jesús sigue llamando. Si no escuchamos su llamada y él no “va delante de nosotros”, ¿hacia dónde se dirigirá el cristianismo?
Por los caminos de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos, cuanto antes, a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la “presencia invisible” de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su “presencia silenciosa” recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.

jueves, 17 de abril de 2014

Al límite

Zelan desitxuratu dogu JESUS eta bere Mezua?.  Zer dala-ta kurutzeratua?.
¿Puede llamarse cristiana a esta globalización que ni siquiera es humana?.
Situaciones como ésta, ¿no posibilitan un germen de indignidad tal que impulsa hacia un avance progresivo  de una espiral creciente de rabia, de dolor, de injusticia y de iniquidad?
Es la injusticia estructural la que pone en marcha las situaciones nacientes y crecientes de la violencia como respuesta.  ¿Hasta cuándo?.

Enviado a la página web de Redes Cristianas.
Semana Santa. Hablemos de Dios. A fin de cuentas, es el tema central de estos días, el motivo último que justifica estas vacaciones, por supuesto en los países y culturas de tradición cristiana. Aunque también es verdad que el asunto Dios no anda boyante en los tiempos que corren. Pero, por el motivo que sea, para mucha gente sigue siendo importante. Y, para no pocas personas, muy importante.
Pues bien, quienes estén habituados a manejar la Biblia habrán advertido que, como ha hecho notar un biblista conocido, Ulrich Luz, el grito a Dios contra Dios es central en la religiosidad de los salmos judíos. El ejemplo más conocido, en este sentido, es el Salmo 22, 2: Jesús grita su dolor y su abandono en el último momento de su vida en este mundo (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Y grita alto y claro, no resignado o sumiso a Dios. Por eso viene bien recordar el testamento que dejó escrito un judío que murió, en 1943, en el gueto de Varsovia: “Creo en el Dios de Israel, aunque él haya hecho todo lo posible para que no crea… Dios ocultó su rostro al mundo. Las hojas en las que escribo estas líneas (voy a) encerrarlas en la botella vacía y esconderlas aquí entre los ladrillos de la pared maestra, debajo de la ventana. Si alguien las encuentra un día y las lee, entenderá quizá el sentimiento de un judío – ¡uno de tantos millones! – que murió como abandonado de Dios, ese Dios en el que cree tan firmemente”.
Los evangelios nos recuerdan varias veces que Jesús murió gritando fuerte (Mt 27, 46. 50), dando voces (Mc 15, 34. 37). Gritaba, desde su fe sin duda, pero también desde su desamparo, en la oscuridad y la soledad que sentía al irse de este mundo. Como el judío que dejó la botella con su testamento en el gueto de Varsovia, Jesús seguía buscando y anhelando a Dios, cuando se veía al límite de sus fuerzas y en el límite último de la vida.
En el fondo, es el problema de la fe. De ahí que una de las preguntas más serias, que, en la situación actual de España tenemos que hacernos es la siguiente: ¿pueden creer en Dios personas que, desde el puesto que ocupan o el cargo que desempeñan, están haciendo posible y llevando adelante una política económica de la que se sigue, sin más remedio, la desigualdad creciente entre los ciudadanos hasta el extremo de que, mientras unos pocos se enriquecen escandalosamente, la gran mayoría se hunde en la pérdida de derechos sociales y de seguridad en casi todos los ámbitos de la vida?. Si es que lo de Dios y lo de Jesús representa algo en nuestras vidas, tenemos que plantear esta pregunta (y tenemos que decirle esto a la gente) por la sencilla razón de que, con el Evangelio en las manos, lo que está sucediendo en España es la profesión de ateísmo más fuerte, más clara y más cruel que se puede producir.
Vamos a decirlo claro y sin miedo. El Evangelio afirma sin rodeos: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Y eso quiere decir que enriquecerse unos a costa del sufrimiento de otros, además de codicia, es la demostración más clara de que el “dios”, en el que se ha puesto la fe, es el dinero. Y eso, desde el punto de vista religioso, es la declaración más descarada y cruel de ateísmo que se puede hacer. ¿Y luego vamos todos a misas, procesiones, bodas, bautismos y comuniones?. ¿Y hasta decimos que tenemos las manos limpias y la conciencias tranquila?.
Europa es ahora mismo el campo de cultivo del ateísmo más fértil y más voraz que se ha visto en los últimos tiempos. Esto es insoportable. Y si nos callamos, nos hacemos cómplices de lo que está pasando y de lo que nos queda por pasar, que seguramente es más, y más desagradable de lo que ya llevamos en nuestras espaldas. La vida se le está haciendo cada día más dura y más difícil a millones de españoles.
Por no pensar en la espantosa desgracia de las pobres gentes de otros países y de otros continentes cuyo sufrimiento clama al cielo. Porque es un sufrimiento que se podría evitar, pero no se evita porque “nuestro dios” nos lo prohíbe. ¡No hay derecho!. ¡Basta ya!. ¿Hasta cuándo tendremos que estar danzando en esta macabra danza de los ateos cuyo ateísmo no es una cuestión de ideas o argumentos, sino el festín de la codicia que se alimenta y se mantiene con el dolor, la vergüenza y la muerte de los más desgraciados?.
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Publicado por Lehendakaria para ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS SALESIANOS BARAKALDO AULA SOCIAL DON BOSCO el 4/14/2014 06:19:00 p. m.

viernes, 11 de abril de 2014

Nada lo pudo detener

Domingo de Ramos (A) Mateo 26,14-27,66
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 09/04/14.- La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no sólo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.

miércoles, 2 de abril de 2014

Un profeta que llora

5 Cuaresma (A) Juan 11, 1- 45
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA02/04/14.- Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.
Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.
Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir?. ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?.
El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros?. Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer?. ¿Rebelarnos?. ¿Deprimirnos?.
Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad?. ¿Sólo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?.
Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.
Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.
Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.